Jorge terminó la tostada, dio un
último sorbo al café, miró la hora en su reloj de pulsera y se incorporó,
dejando un breve beso en los labios de su esposa antes de irse.
-Nos vemos luego.
Manejó con impaciencia, sabiendo que
llegaría sobre la hora a la entrevista. Era un obsesivo de la puntualidad, le
gustaba estar en todos lados al menos media hora antes de lo estipulado. Debido
a la falta de lugar para estacionar, tuvo que hacerlo a una cuadra del
edificio. Se presentó y tuvo que esperar quince minutos antes de que lo
atendieran. Una mujer joven, con una sonrisa que parecía pintada en su cara, lo
hizo pasar y, después de hacerle unas preguntas personales, le dijo que debía
completar unos test. Dos horas después, pasadas todas las pruebas, preguntó
cuándo se conocería el seleccionado para el puesto. La mujer, sin alterar el
rictus de su boca plastificada, le contestó que si en dos semanas no lo
llamaban era porque no había sido seleccionado.
-Que tenga un buen día, gracias por
todo.
Caminó un rato dejándose desgastar
por la mañana. Al pasar por un ciber alquiló una máquina y estuvo mandando
curriculums y leyendo clasificados, hasta que la tenaza del hambre apretándole
bajo la camisa lo hizo detenerse. Recordó que había quedado en verse con Luis,
un amigo de toda la vida. Hacía tiempo que no se veían ni hablaban, absorbidos por
sus rutinas. Corrió, logrando llegar apenas tarde.
-Hola
-Hola ¿Cómo andás?
-En la lucha. ¿Pediste algo?
-El plato del día, ternera al horno
con puré. ¿Qué vas a pedir vos?
-¿Cuánto sale eso?
-Ciento ochenta.
-Mmm, no, no tengo mucho hambre. Un
sándwich de jamón y queso y un refresco está bien para mí.
Hicieron el pedido y retomaron la
conversación.
-¿Cómo andás? ¿Adriana bien? Hace
tiempo que no hablamos.
-Por eso te dije para encontrarnos.
Por eso y porque tengo un problema y quizás puedas ayudarme.
La cara de Luis cambió después de
estas palabras. Se inclinó hacia Jorge con gesto de preocupación.
-¿Qué pasa negro? ¿Problemas con
aquella? Sabés que podés contar conmigo para lo que necesites.
-No, no. Con Adriana está todo bien…
por ahora. El tema es que me quedé sin laburo.
-Que cagada che. ¿Qué pasó? Si vos
estabas re bien en la fábrica.
-Tuve una discusión muy fuerte con el
tano, tanto que terminamos yéndonos a las manos. Me despidió.
-¿Y por qué fue la pelea?
-Yo te conté como es el tipo, es
insoportable, una basura de persona, trata a sus empleados como la mierda. Yo
ya le había aguantado varias, pero ese día exploté. Me vino a reclamar por una
entrega atrasada, le expliqué que no era culpa nuestra sino de los proveedores,
no me dio bola, me empezó a gritar, me faltó el respeto y no me aguanté. Fueron
cinco años soportando esos destratos. Al principio me callaba la boca, pensaba
en cuidar el laburo. Pero llegó a un punto que se me hizo insoportable, aparte
está cada día peor, no hay quien lo soporte, te juro.
-Es que trabajando con un tipo así
terminás enfermándote. Mira Jorge, no hay mal que por bien no venga, algo mejor
te tiene que salir. ¿Cuánto hace de esto?
-Tres meses. No sé, al principio
pensaba lo mismo que vos, pero ahora me doy cuenta de lo difícil que es para un
tipo de mi edad, con poca calificación encima, conseguir un laburo. He tenido
un montón de entrevistas. Parece que mi experiencia como Gerente de Producción
no sirve para nada sin un título universitario. Me he trillado todo Montevideo,
he dejado curriculums en todos lados, y nada. Para colmo, el viejo mala leche
me echó por mala conducta, tuve que hacerle juicio por el despido, y vos sabés
como demoran esas cosas. Tenía una guita ahorrada pero me las estoy comiendo. Por
eso te llamé. Pensé que capaz que tenías algo para mí en la distribuidora.
Luis se quedó mirándolo un momento,
con cara de estar calculando. Finalmente, suspiró.
-Mirá negro, lo único que te puedo
ofrecer hoy por hoy es para manejar una camioneta, tengo un chofer enfermo y no
sé cuándo vuelve, he tenido que salir yo algunos días. Me gustaría ofrecerte
algo mejor pero…
-Está bien, me sirve, mientras me
busco otra cosa. ¿Cuánto es el sueldo?
-Quince en la mano.
Ahora fue Jorge el que se quedó
callado. Con un suspiro de resignación, asintió.
-Te agradezco hermano, sabía que no
me ibas a dejar a pata.
-¿Para qué están los amigos? Y
decime, ¿Adriana cómo anda? La cara que va a poner cuándo se entere de que vas
a trabajar conmigo.
-No le voy a decir.
Luis abrió los ojos, asombrado.
-¿Y por qué?
-No sabe lo del despido. No pude
decirle. No me animé.
-¡Pero en algún momento se va a enterar! ¿Y todos los días salís de tu casa
para simular que vas a trabajar?
-Voy a entrevistas, salgo a recorrer,
a veces me meto en la biblioteca o en un ciber. Si llego a conseguir algo bueno le digo
que es un cambio de trabajo. Ella está acostumbrada a estar bien, ¿entendés? No
puedo fallarle, soy el hombre de la casa.
Miró a Luis, en su silencio creyó
percibir un destello de lástima mezclada con incomprensión. Sintió un nudo en
la garganta. Tenía que hacer algo para quebrar la incomodidad.
-Hablemos de vos ahora. Decime ¿Cómo
andan tus cosas?
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