domingo, 29 de julio de 2012

Regalo del cielo


En ese planeta no existían los colores, excepto el negro, el blanco y el gris. El cielo pasaba del negro en la noche, al blanco en el día, las aguas del mar eran grises, como las plumas de los pájaros, y los pétalos de las flores. A nadie le molestaba la uniformidad cromática de las estaciones, nadie se quejaba del gris aspecto del césped, de la siempre gris tonalidad del arco iris. Era así, siempre lo había sido,  y no tenía por qué ser de otra manera. El color de la ropita de los bebés era el mismo, fuera nena o varón. La igualdad de género se expresaba de esa forma inesperada desde el nacimiento. La sangre era irremediablemente negra, la esperanza gris, los trajes de novia, blancos.
Una noche, una luz cruzó el cielo, y, al perderse de vista, se escuchó una explosión, el suelo se estremeció, y un fuerte brillo iluminó el horizonte, contra las montañas.  Al poco rato el lugar se llenó de camiones militares, que acordonaron la zona. Los helicópteros iban y venían, los oficiales gritaban órdenes que eran inmediatamente obedecidas. Un equipo de hombres, vestido con trajes especiales, bajó a lo profundo del cráter que se había formado, y al cabo de un rato lo que había en el fondo fue izado dentro de una caja de hierro, metido dentro de un camión blindado, y sacado del lugar. El general que comandó el operativo, al cerciorarse de su éxito, suspiró aliviado. Nadie debía ver lo que había caído allí, nunca. Rápidamente, como habían llegado, los militares se fueron, recobrando el silencio su dominio sobre la noche.
Lo que los militares jamás supieron es que ellos no habían sido los primeros en llegar al lugar del impacto. Cerca de donde cayó el meteorito vivía una familia de campesinos. En el momento en que el general regresaba satisfecho a su base, los campesinos se encontraban reunidos alrededor de la mesa del comedor. Sobre ella, se encontraba  un objeto, que el jefe de familia había recogido en el lugar de la caída. La familia permanecía silenciosa, contemplándolo de boca abierta. No lo sabían, pero eran los primeros en ese planeta en mirar el color rojo.

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