martes, 13 de diciembre de 2011

Pecados capitales: la soberbia



Damián la miró con una de esas sonrisas que había ensayado muchas veces frente al espejo en sus años juveniles, y que ahora reservaba para los momentos culminantes, cuando la presa empezaba a tambalearse. Cecilia respondió con otra, más insegura, entrecerrando un poco los ojos. Era el momento de dar el siguiente paso.
-¿Te parece si caminamos un poco? La noche está preciosa.
Tardó unos segundos en responder, pareció dudar. Finalmente, respondió:
-Dale.
Caminaron sin rumbo fijo, hablando animadamente, desinhibidos por el vino que habían tomado. Él mostraba mucho aplomo, moviendo las manos ampulosamente mientras hablaba.
-Me gusta recorrer la ciudad de noche. Me gusta respirar el aire nocturno, caminar sin los apuros del día, ver las caras distendidas de la gente, tan diferentes en sus gestos a las caras malhumoradas y contracturadas que te cruzás durante el día. La ciudad de noche muestra otra cara, mucho más interesante. ¿No te parece?
-Sí, es cierto todo lo que decís, pero a mí en lo personal me da un poco de miedo andar de noche en la calle. Hace unos meses me asaltaron, yo iba por la esquina de la facultad de arquitectura a las doce de la noche y un tipo me puso un cuchillo en el cuello y me robó. Fue horrible, pensé que me iba a pasar algo peor, lo más angustioso que he vivido. Recién ahora me estoy animando a andar de nuevo, pero el miedo no se me va del todo.
-Que lástima que hayas pasado por eso, menos mal que no fue peor. Sí, lamentablemente para una mujer andar sola de noche es complicado hoy por hoy.
-¿Para una mujer? Yo creo que no sólo para una mujer.
-Sí, lógicamente, anda gente muy zarpada en la vuelta. Lo que digo es que los rastrillos lo piensan dos veces antes de meterse con un hombre joven. Esas lacras son como las hienas, buscan víctimas débiles e indefensas: mujeres, niños, viejos.
-¿De qué te sirve ser un hombre joven y fuerte si te ataca una patota o te cruzás a alguien armado?
-Claro, claro, nadie está a salvo. Pero no sé, salvo en esos casos extremos te podés defender de otra manera. Yo, por ejemplo, soy cinturón negro de sipalki. Mirá que no me gusta la violencia, además se nos enseña a usarla sólo como último recurso, pero tengo la seguridad de que ningún rastrillito va a meterme el peso así nomás, el que venga por lana se va a ir esquilado.
Damián agregó a la sonrisa una inclinación de cabeza en un ángulo cuidadosamente estudiado, y levantó una ceja para refrendar con rotundidad su virilidad desbordante, su carácter misterioso e indomable,  el privilegio que significaba para ella estar con él.
Dos tipos aparecieron de pronto, caminando en sentido contrario por la misma vereda. Eran gordos, sucios, displicentes. Uno de ellos se desvió y se paró frente a Damián, preguntándole con tono un poco agresivo:
-¿Un cigarro, amigo?
-No fumamos.-contestó Damián.
El otro frunció la boca en un gesto de disconformidad. Su compañero, sin sacar las manos de los bolsillos, se paró a su lado, mirando a Damián fijamente.
Ahora el que había pedido el cigarro la miró a Cecilia, escaneándola sin disimulo, con avidez, antes de largar las palabras que chasquearon contra la vereda rota.
-Que buena que estás bebé.
-Escuchame...- empezó a decir, casi a susurrar, Damián.
-No te estoy hablando a vos, puto. Me parece que ésta es demasiada hembra para vos. Me la voy a cojer bien cojida y después te voy a dar a vos.
Se había acercado hasta casi tocarlo con su furia, respirando con fuerza, apretando los desparejos dientes.
Las mejillas de Damián se decoloraron hasta quedar blancas como la nieve. Desvió la mirada mientras un balbuceo empezó a sonar lastimeramente en su boca.
-Y-yo... no... yo...n-n-o...
-No rompas las bolas Aníbal, dejá a esta gente tranquila. Dale, vamos.
La voz sonó en la noche como la arenga de un domador a una fiera a punto de saltar sobre el público. El segundo hombre se había acercado a su compañero, poniéndole una mano sobre el pecho, acompañando el reproche de las palabras con el de la mirada.
El otro lo miró, miró a Damián, aflojó el cuerpo, desplegando una sonrisa sobradora.
Se fueron con el mismo paso anodino, dejando una estela de carcajadas como todo rastro.
Los vieron perderse lentamente en las tinieblas. Cuando hubieron desaparecido, la cara de Damián cambió de blanco a rojo intenso. Miró a Cecilia, recuperando el gesto de suficiencia, ocultando la humillación con un invisible movimiento de prestidigitador.
-Estuve a punto de romperles la cabeza, me tuve que aguantar. Por vos ¿Viste? No quise ponerte en riesgo. Por suerte aflojaron a tiempo. ¿Estás bien? ¿Te pusiste nerviosa?
Estiró los brazos buscándole las mejillas. Ella se liberó con un violento gesto de asco.
-Mejor me voy, me tomo un taxi.
-No dejes que un mal  momento pasajero nos arruine la noche. En todo caso podemos ir a mi apartamento, abrir una botella de vino y charlar tranquilos.
-Si. ¡En tus sueños!
Caminó con pasos impacientes rumbo a la avenida. El iba atrás. La alcanzó en el momento en que paraba un taxi.
-Llamame y arreglamos algo. ¿O preferís que te llame?
El ruido de un portazo fue la única respuesta que pudo escuchar. Vio el coche alejarse, llevándose consigo sus posibilidades de compartir cama esa noche.
-Puta... Igual, no estaba tan buena.





2 comentarios:

  1. Espectacular, como siempre, lunita, tqm, felicitaciones!!!

    ResponderEliminar
  2. Muy buen articulo y muy bien explicado. Me encanta. pablo desdes Galicia

    ResponderEliminar