jueves, 22 de diciembre de 2011

Pecados capitales: la gula

-Vero.¿Puedo ir al baño ahora que está tranquilo?
-Si dale, andá.
Al volver del baño entreabrió la puerta del comedor y se asomó. No había nadie. Abrió la heladera rápidamente y sacó una de las viandas. Sacó la tapa, que tenía escrita la palabra "Mabel" con marcador negro, y devoró las empanadas de dos mordiscos, casi atorándose. Puso el contenedor vacío en la heladera y se limpió la boca con una manga. Sacó una botella de refresco y empinó un trago largo. Todo no le llevó más de un minuto. Se asomó  con cautela al pasillo verificando que no había nadie. Finalmente, volvió a su puesto de trabajo caminando plácidamente.
Sintió el primer retorcijón mientras cortaba jamón en la máquina. Se dobló sobre la  mesada sosteniéndose el vientre, con la cara contraída de dolor. Caminó como pudo hacia la trastienda, sintiendo una jauría de navajas en las tripas. Miró la puerta del baño con los ojos nublados de lágrimas.
Sólo tenía que recorrer una decena de metros, pero cuando había  transitado la mitad de esa distancia una nueva puntada la obligó a detenerse. Las piernas le flaquearon, tuvo que recostarse en la pared. Un gemido escapó de su garganta al tiempo que sentia como algo cálido y viscoso le recorría las piernas. Un olor inconfundible inundó el ambiente, volviéndolo irrespirable. Sus compañeras se acercaron, mirándola fijamente.
Mabel le preguntó: -¿Que pasó chiquita, algo te cayó mal?
No contestó, estaba intentando recuperar la respiración. Finalmente, impulsada por la verguenza, corrió hacia el baño.
Martha miró a Mabel sin disimular el asco.
-Negra, me parece que se te fue la mano con el laxante.

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