viernes, 9 de septiembre de 2011

El misterio del cajero automático

Estás yendo para el trabajo con el tiempo justo y te acordás de que tenés que pasar por un cajero. Te decís que si  hay mucha gente seguís de largo, pero hete aquí que sólo hay una persona adelante tuyo, por lo que decidís quedarte a sacar plata. Después de cinco o seis minutos de esperar que la tal persona, que a veces es una dulce abuelita, otras un yuppie con cara de aburrido, salga, es cuando empiezan a surgir las preguntas: ¿Habrá encontrado la forma de conectarse a internet desde el cajero? ¿Estará chateando? ¿Se estará tomando un café, surgido desde la ranura que entrega los billetes? ¿O quizás consultando el horóscopo? ¿Será el cajero un nudo de energía, como las pirámides o la estancia La Aurora, y quien está dentro un iniciado que está encontrando la iluminación? ¿Qué usos ocultos tienen los cajeros automáticos que uno, en casi cuarenta años de vida, no ha descubierto? Finalmente la persona sale, y te dan ganas de preguntárselo (que son mucho menos intensas que las de estrangularlo/a). En cambio entrás, y antes de poner la tarjeta en la ranura y sacar la plata ( operación que no PUEDE tardar más de TREINTA segundos), mirás al aparato esperando que te diga o te muestre algo, que te de una señal, por mínima que sea. Pero nada, y terminás pensando que, después de todo, poner la plata abajo del colchón no es tan mala idea.