viernes, 13 de mayo de 2011

Idea

No puedo escribir. Una fuerza corrosiva paraliza mis dedos, obnubila mi pensamiento, me sujeta y me inmoviliza. Escucho el rodar del mundo, su abrumador ciclo  de nacimiento y muerte, me fastidio, finalmente me decido a salir a caminar en busca de inspiración. Es inútil, ni una escuálida idea brota en el yermo territorio de mi mente. Un viejo perro sarnoso se me acerca, olfatea desconfiado mi frustración. Levanto una rama del piso y la tiro esperando que vaya a buscarla, pero en lugar de eso se asusta y se va, deteniéndose a una distancia prudencial. El sol de mayo le acaricia el lomo, haciendo brillar sus canas. Lo llamo usando un tono lo más amistoso posible para debilitar su renuencia. Me mira, aún desconfiando, durante algunos segundos, hasta que tímidamente vuelve a acercarse. Acaricio la vieja cabeza logrando unos meneos de cola como signo de aprobación. Retomo la caminata, seguido por el fatigoso trajín de sus pezuñas. Una lata de refresco, vacía y abollada, se cruza en mi camino. La pateo distraídamente tres o cuatro veces. Mi perruna sombra se adelanta aferrando la lata con los dientes, se me acerca y me la ofrece. Agoniza la tarde y las cosas empiezan a diluirse en la penumbra. Vuelvo a casa, y al llegar compruebo la persistencia del perro detrás mío. Un pedazo de pan logra vencer su resistencia a entrar. Le pongo un tarro con agua y lo bautizo.
-Te vas a llamar Idea.
Lo dejo inmerso en la tarea de reconocer su nuevo hogar. Me siento frente a la computadora y empiezo a escribir ésto.