lunes, 18 de abril de 2011

Pecados capitales: la lujuria

La debo haber visto por primera vez en un día de traspapelada memoria. Me imagino a mí mismo haciendo un rápido escaneo y apuntando internamente: "una hembra estupenda". Una más entre las muchas que  veo cada día, una de tantas que merecen el calificativo, una que uno mira, mide, desnuda mentalmente por un segundo y termina relegando al infinito conjunto de lo que nunca será. Nunca será por joven, por linda y por  alumna. Son tres razones que suelen interponerse implícitamente en mis pretensiones de acercarme a una mujer a una distancia que implique la posibilidad de la falta de respeto consensuada. Las dos primeras aparecen tácitamente, y la tercera es interpuesta por mi desganado apego al código ético que rige las relaciones profesor-alumna. Sí puedo, en cambio, precisar el momento de nuestro primer diálogo. Bajando las escaleras de la facultad me encontré con su letal humanidad interponiéndose en mi camino de tal forma que no pude seguir avanzando.
-Licenciado, quería decirle que su último libro  me resultó realmente fascinante.
Sonreí halagado. Me halaga cuando alguien dice que me leyó, me halaga aún más si  me dice que le gustó lo que leyó, y si me lo dice una joven y atractiva muchacha puedo llegar a sentir cómo mi pecho se infla colmado de satisfacción.
-Gracias, es bueno saber que lo que uno escribe es de utilidad para alguien.- contesté, o alguna frase insulsa por el estilo.
-Sin embargo,  no me quedó clara su exposición sobre los cambios en la órbita  de los electrones en relación a la alineación de los planetas.- puede haber continuado ella.
-No se preocupe, a mi tampoco.-una sonrisa idiota acompañó adecuadamente al comentario idiota.
 Respondió con una risa que me pareció exagerada. Aun así algo se movió dentro mío al escucharla, al repasar con la vista esa boca tintineante, al mirar esos ojos incitantes que no dejaban de observarme.
-Quizás algún día me lo pueda explicar mejor, oportunidad no va a faltar, nos vamos a ver seguido. Gracias por su tiempo.
Se fue contoneándose, dejándome enfrascado en la tarea de mensurar su ingeniería y su arquitectura.
El tiempo pasó, la anécdota quedó en eso. Yo la veía en las clases de los martes y los viernes, mezclada con los otros, con su cara de nena caprichosa que obtiene todo lo que quiere, ígnea presencia indisimulable, como si los demás estuvieran en blanco y negro y ella brillara en un rojo furioso.
El tiempo pasó y fue recién en un congreso que volvímos a hablar. Yo estaba intentando deshacerme de la nube de alcahuetes que revoloteaba a mi alrededor embadurnándome con frases de fingido entusiasmo elogioso sobre mi ponencia. Me estaba escabullendo hacia uno de los rincones de la sala al mejor estilo de un wing izquierdo cuando me topé con ella y dos copas de vino en sus manos.
-Felicitaciones Licenciado, estuvo magnífico. La claridad y profundidad de su oratoria merecen un brindis.
No tuve escapatoria ni quise tenerla. Me dejé llevar por la conversación. En pocos minutos perdí la noción de quién era y de donde estaba. Algo dentro mío clamaba por poner distancia: No está bien profe, no señor. No está bien que mire así el escote de su alumna. Cómo se le ocurre, ella podría ser su hija. Piense en su abnegada esposa, piense en la paz del hogar que lo espera. Pero no sea ridículo por favor, ya está grande para estas cosas.
La voz sólo se acalló cuando entramos a la habitación del hotel y nos abalanzamos uno sobre el otro en un tropel de bocas buscándose, de manos desbocadas plantando bandera, marcando territorios, lanzando proclamas de ansia y deseo.
Ese fue el principio de mi doble vida. La inalterable sucesión de elementales ritos que formaban el diario devenir de mi existencia fue quebrada.Desde el primer momento ella tuvo el control de la relación. Me llamaba o me mandaba mensajes a cualquier hora para encontrarnos en la sombra. Yo tenía que poner cualquier excusa para irme de casa. Mi mujer parecía no sospechar nada, supongo que nunca se hubiera imaginado que un tipo frío y conservador como yo pudiera tener una amante.
Una tarde me llamó para encontrarnos en su apartamento. Puse una excusa estúpida para dejar la facultad y fui. Ni bien entré se me tiró encima, reclamando mi cuerpo sin palabras. Empecé a decir algo pero me lo impidió tapándome la boca con una mano. Con la otra tomó una de las  mías y me llevó hasta el dormitorio. Pensé que me iba a hacer entrar pero al llegar al umbral me frenó. Quise preguntarle algo pero esta vez me hizo callar cruzando el índice sobre los labios, al tiempo que con un gesto mi incitó a mirar adentro. Atravesado sobre la desordenada cama, con la boca abierta y babeante, vistiendo apenas un boxer, dormía profundamente un muchacho. Mi cuerpo se tensó inmediatamente, la miré buscando una explicación.
- Mi novio acaba de volver del viaje. Llegó cansado y se acostó a dormir.¿Podés creerlo?
La miré sin entender qué estaba pasando. Por toda respuesta me arrastró hasta el comedor y empezó a desnudarme. Nos poseimos sobre la mesa frenéticamente, al mismo tiempo que intentábamos  hacer el menor ruido posible. Ni bien terminamos me obligó a vestirme y a irme sin decir palabra. Le gustaba el sexo arriesgado, en los pasillos, en los baños, azoteas, ascensores, todo lo que implicara la posibilidad de ser descubiertos. También filmábamos algunos de nuestros encuentros, regodeándonos después en la contemplación de tales filmaciones. Yo me dejaba llevar por  la gravedad  irresistible de mis deseos, que como un ejército de demonios acometían contra los muros cada vez más endebles de mi cordura.  Viéndolo en perspectiva queda claro que iba acercándome sin pausa hacia mi destrucción, como un ciego caminando al borde de un acantilado, arrastrado por el poderoso influjo de una fuerza oscura y devoradora.
Por momentos me asaltaba, con la evidencia de un axioma, la certeza de ser un viejo verde, de estar hundido en el ridículo hasta las meninges. Entonces decidía no verla más, empezaba a diseñar un discurso aleccionador sobre el valor de la ética, de la verdad y del compromiso. Pero bastaba con sobrevolar el recuerdo de su perfume, de su carne rotunda cediendo al ansia de mis manos, de la música hechizante de sus gemidos sacudiendo los cimientos de mi razón, para perderme nuevamente.De nada me servían ya mis prevenciones,  mi cinismo de hombre que sabe que está de vuelta en la vida, ni mis esfuerzos por ceñirme a los límites de la razón y la prudencia.


Llegué a casa con el invierno pisándome los talones. Bajé mis cosas del auto pensando en la ducha caliente que me esperaba en pocos minutos. Entré sin saber lo que me esperaba, mirando con placidez los sobres abandonados que parecían recibirme con mirada de perros ansiosos. Pasé el recibidor y al llegar al living me los encontré. Recibí el primer golpe antes de que pudiera esbozar un pensamiento sobre lo que estaba pasando. Me doblé boqueando por la falta de aire. El segundo me llegó contra el costado de la nariz, haciendo brotar la sangre y tirándome al piso. Se escucharon unos gritos, ruidos de gente corriendo y forcejeando, sentí como el miedo se me escapaba por los poros, desparramándose por el piso, llegando hasta los cuadros, los muebles, las ventanas. Me arrastré hacia una pared, donde quedé acurrucado como un cachorro en espera de un garrotazo. A unos pasos, el novio de Carolina vociferaba su odio mientras ella se le colgaba de un brazo intentando contenerlo. Yo me había convertido en una presa hipnotizada por su cazador, incapaz de intentar cualquier movimiento  para defenderme. El me gritaba, desencajado de furor, y ella le gritaba para que me dejara, para que no me pegara más. Después de unos segundos de forcejeo el pareció calmarse un poco. Entonces levanté la vista y lo miré como un borrego degollado.
-Voy a matarte hijo de puta- me decía , con voz entrecortada por la falta de aire.
-Tranquilo Marcos, por favor.
-Vos no me hables, puta, mirá, mirate.
Señaló algo mientras hablaba. Miré hacia allí; el plasma emitía unas imágenes familiares: una de las sesiones sexuales que habíamos filmado. Entonces vi algo más. Sentada enfrente del televisor, con la cabeza hundida entre las manos, mi esposa parecía un fantasma de yeso en el paisaje borrascoso de la casa. Una punzada me atravesó el pecho, supe que estaba perdido.
-Julia...
Me levanté y caminé hacia ella, pero cuando estaba a pocos centímetros levantó la cabeza con un movimiento eléctrico y fulminante.
_No te me acerques.
No pude hacer otra cosa que obedecer lo que no era un pedido, sino una orden.
A partir de ese momento perdí la noción de lo que pasaba, como un boxeador tambaleante me quedé esperando el golpe que me derribara definitivamente. Me senté nuevamente en el rincón elegido para  mi ejecución, abandonándome al destino, manso en mi resignación.
Marcos se me acercó, extrañamente calmado. Su mirada emanaba  más lástima que odio.
-Se te terminó la joda galán. Aunque quien sabe, en una de esas te convertís en una estrella. Hoy subí tus peliculitas a la web.
 Las cosas a mi alrededor se cubrieron con un velo opaco, el tiempo se astilló en pedazos irreconocibles, las sombras del estupor adormecieron mis sentidos, no sé si pasaron horas o minutos hasta que recobré la conciencia. Estaba solo. Solo con mi humillación, con el cadáver andrajoso de mi vida flotando en el aire, salpicando los sillones y las baldosas. En el otro extremo del living se desplegaban insidiosas las imágenes de mi perdición, como flores venenosas que, después de haberme seducido, mostraran ahora sin tapujos su esencia destructiva.