viernes, 1 de enero de 2010

Canillas.

Don Pedro puso los dientes dentro del vaso sobre la mesa de luz y apagó la portátil. Estuvo escuchando tangos en la Spica hasta que sintió que el sueño estaba a punto de vencerlo. Apagó la radio y se desparramó sobre la cama. Entonces escuchó la gota cayendo.
Maldijo a la canilla que había quedado mal cerrada. Intentó ignorar el golpeteo cansino que se repetía indefinidamente, se dió media vuelta para reafirmar su determinación de dormirse.Con fastidio pudo verificar que el insignificante sonido crecía hasta convertirse en un martilleo que lo alejaba cada vez más del sueño. Resignado se incorporó, prendió la luz y se calzó las pantuflas. Caminó hasta el baño antes de darse cuenta que no había más ruido que el de sus pasos. Miró el duchero y la pileta. Caminó hasta la cocina para comprobar que las canillas estaban perfectamente cerradas. El silencio atronaba en medio de la noche. Masticó unas puteadas y volvió a la cama. Algunos segundos después de apoyar la cabeza en la almohada volvió a escuchar el inequívoco sonido de la gota golpeando contra una superficie dura. Esta vez la puteada sonó firme y redonda a todo lo ancho de su boca. Se puso boca abajo y apretó la almohada contra la cabeza pero el sonido, dotado de una malicia insospechada, serpenteaba impávido a través de su algodonoso obstáculo impactando finalmente contra sus oídos. Repitió los movimientos de unos minutos antes sólo para verificar, una vez recorrida la distancia que lo separaba del baño, que ya no había sonido, que todas las canillas estaban cerradas. Tanteó las canillas, se quedó mirándolas como esperando algo de su parte, como si las frías piezas de metal fueran a cobrar vida para brindarle una explicación satisfactoria. Resignado recorrió el camino de retorno al cuarto.
Esta vez sintió el ruido corto e inequívoco justo después de apoyar la cabeza en la almohada. Suspiró mirando la nada negra que se extendía frente a sus ojos. Le temblaban las manos, sentía la garganta seca. Abrió el cajón de la mesa de luz y sacó un blister de pastillas celestes. Mientras se metía una en la boca trató de pensar en algo que pusiera a la situación en coordenadas racionales, quiso aguzar el oído para definir en su cabeza la dirección, la distancia, el origen de su tortura. Lo único que podía determinarse es que el ruido venía más allá de la puerta del cuarto. Se levantó una vez más pero al llegar a la puerta el ruido se detuvo. "Me estoy volviendo loco", se dijo. Se dejó caer en la cama asumiendo el retorno del ruido como se asume que saldrá el sol en la mañana. "Tengo que pensar en algo, distraerme." Prendió la radio con la desesperación en la punta de los dedos, el ominoso golpeteo se filtraba irreversible entre los compases de las orquestas. Subió el volumen inútilmente. Se levantó y salió a cerrar el pase del agua. "Cómo no se me ocurrió antes". Recorrió su breve casa de jubilado esperando encontrar una fisura en el techo que le pusiera algo de lógica a la situación, pero no encontró nada. Al llegar nuevamente a la puerta del cuarto tuvo miedo de entrar. Se quedó parado en el umbral, cansado, sin sueño y con miedo. Flecos de sudor le corrían por los costados del torso. Fué hasta el sofá y prendió la tv como por inercia. En la pantalla apareció un encorbatado regordete con acento brasilero hablando del poder de cristo para asegurar riqueza. En los otros canales la gente apostaba a derrotar la soledad a través del telechat. Empezó a volverle el sueño. Pensó que estaba siendo irracional, necesitaba dormir, necesitaba acostarse en su cama.
Apoyó la cabeza en la almohada con avidez, se vió a si mismo en su mente cayendo en cámara lenta sobre las sábanas. Esta vez recibió el goteo con una sonrisa inmóvil y amarga. No quiso pensar en nada, no intentó levantarse, simplemene dejó que las gotas cayeran, se rompieran y se desparramaran. Sintió que el sonido crecía y se extendía rodeándolo, el golpe acompasado se cernía un instante, burlón, inclinándose hacia él, midiéndolo, creciendo en el silencio hasta golpear finalmente entre las rocas desgastadas de su pecho.
Lo encontró un vecino al otro día. Tenía una llave inglesa oprimida entre los dedos agarrotados de una mano, y a los pies de la cama las canillas de la casa reunidas, mudas, ya desangradas de sus últimas lágrimas.

No hay comentarios:

Publicar un comentario