miércoles, 13 de enero de 2010

El trofeo.

Conocí a Suárez en primero de liceo. Era un degenerado importante, lo que lo volvía bastante popular en el grupo. Le gustaba aparecerse en la clase con revistas porno y unos muñecos a pila que se ponían a copular al prenderlos, y falos con ruedas o que daban saltitos mientras recitaban algún chiste verde y sacudían la cabeza. Las mujeres de la clase lo odiaban por su tendencia a decirles guarangadas o meterles manotazos al pasar. Ese desenfado me provocaba admiración ya que yo era un verdadero papafrita a la hora de enfrentarme a alguien del sexo opuesto, incluso para las cosas más banales. Eso llevó a que desarrolláramos una relación con una estructura muy simple: el se mandaba alguna de las suyas y yo lo festejaba. Una mañana lo vi llegar a la clase con gesto exultante. Le pregunté qué le pasaba y me llevó aparte, sacando de un bolsillo unos cartones rectangulares que resultaron ser fotos. Eran tres, y mostraban simplemente una mujer desnuda en distintas poses sobre una cama. Pero lo peculiar de las fotos es que no eran de cualquier mujer, sino de Mariel, la mina más fuerte de la clase. Ella era dos años mayor que el resto de nosotros, ya que había repetido un par de veces en la escuela, y estaba muy bien desarrollada. Dueña de un poderoso busto, un culo majestuoso que hacía sufrir a cualquier pantalón que intentara contenerlo, Mariel tenía un largo pelo negro enrulado que le caía más allá de los hombros. Si bien no era muy linda, su mirada denotaba una evidente malicia, lo que la hacía más atractiva aún. Eso sumado a que tenía fama de ser más puta que las gallinas.En ese entonces me encontraba intensamente abocado a las artes masturbatorias, y Mariel era una de mis principales inspiraciones. Y repentinamente ahí la tenía, enfrente a mis ojos, mirándome desafiante, con sus maravillosas tetas apuntándome, liberadas, humedecidas. No podía salir de mi asombro. Miré maravillado a Suárez y le pregunté: -¿Cómo hiciste?
Me miró con una amplia risa silenciosa, evidentemente satisfecho con el efecto provocado. -¿Te la cogiste? -¿Y a vos que te parece? -Le debés haber pagado¿Cuánto te cobró?- Suarez arqueó la cabeza doblegado por la risa y dijo algo, pero yo no lo escuchaba, absorto en las maravillosas imágenes que se alternaban ante mis ojos. -Quiero una, le dije. -Regalame una. La situación era desopilante para el hijo de puta de Suárez. Abrió los ojos a más no poder y casi se ahoga en su propia risa. -¿Que te pensás que soy, papá noel? ¿Porque no vas y le preguntás si no quiere posar para vos? -Dale no seas sorete, tenés tres, que te hace darme una. Dejó de reirse y me miró con el gesto que yo ya conocía de pasarse la lengua por las mejillas: estaba tramando algo; y yo sería su víctima. -Hagamos una cosa, yo te doy una foto pero vos me tenés que traer una bombacha de tu hermana.-¿Qué me decís? Lo miré intentando descifrar si me estaba hablando en serio o agarrándome para la chacota. -Hecho, me escuché decir, mientras estiraba la mano para sellar ese pacto de caballeros. -Pero usada, nada de ir a comprar una y traérmela. La quiero impregnada con el olorcito de Marcela. Traemela y la foto de Mariel en pelotas es tuya. Me las mostró una vez más, apenas durante unos segundos, agua cristalina derramándose frente a un hombre a punto de morir de sed. No pude pensar en otra cosa el resto del día. Llegué a casa a encerrarme en el baño, no aguantaba más. Tenía que conseguir esa foto, y el precio no era demasiado alto después de todo. ¡Sólo tenía que esperar a que mi hermana se cambiara la bombacha, recoger el botín e ir en busca de mi soñado tesoro! Aceché a mi presa el resto del día, atento cuando entraba al baño y desilusionándome cada vez con las falsas alarmas. Hasta que finalmente llegó el momento esperado. Esperé que Marcela saliera del baño para cazar mi trofeo. Tomé la bombacha y la puse dentro de mis propios pantalones. Salí a la calle sintiendo un aire de gloria golpeándome la cara. Llamé a Suárez, no podía esperar hasta el otro día para decirle. No contestaba, intenté llamar a la casa pero tampoco tuve respuesta. Me quería matar. Me quedé un rato afuera hasta que pude serenarme un poco. El trofeo de Suárez pasó la noche bajo mi colchón mientras yo daba vueltas sobre él sin poder conciliar el sueño, las imágenes de Mariel en bolas no se iban de mi cabeza.
De pronto, no sé como, la mañana había llegado. Me levanté con unas bonitas ojeras adornándome la cara, impaciente por que llegara la hora de ir al liceo. Durante el desayuno mi hermana se deleitó bastante con mi calamitoso estado, mientras yo me regocijaba internamente con mi secretito a su costa. Evidentemente mi hermana tenía una opinión demasiado elevada de sí misma como para darle bola a un tipo como Suárez.El ya le había tirado los perros recibiendo un estruendoso desprecio como respuesta. Esa bombacha roñosa sería lo más íntimo que podría obtener de ella alguna vez. Bueno, yo iba a darle lo que él quería y obtendría a cambio mi ansiado premio. LLegué y busqué inmediatamente a mi amigo. -¿Cómo anda la cosa? -Tengo lo que me pediste-disparé las palabras casi sin dejarlo respirar. -¡A ver!?-dijo arqueando una ceja. Se la di y la quedó mirando unos segundos. Se la pasó por la cara mientras la satisfacción se hacía visible en sus gestos. -Muy bien, muy bien- empezó a caminar con la bombacha en la mano, parecía haberse olvidado de mi presencia.-Bueno, ahora dame mi foto. -¿Tu foto?-parecía no entender lo que le pedía. -Si, ese era el trato no?-una nota de histeria incipiente modulaba mis palabras. -Ah, si, pero no las traje, después de clase pasamos por casa y te la doy.-hablaba sin mirarme, siempre caminando con la bombacha en la mano. -¿A dónde vas?-una campana de alarma empezó a sonar en mi cabeza. Estábamos casi en la puerta de la clase de Marcela. -No, pará,¿qué vas a hacer? Lo agarré de un brazo mientras hablaba pero por toda respuesta recibí un empujón que me hizo rebotar contra el piso. Me levanté y corrí pero el ya había entrado al salón y antes de que pudiera alcanzarlo escuché las palabras.-Te traje esto que te olvidaste anoche-dijo Suárez enarbolando la bombacha como una bandera mientras una sonrisa de triunfo le surcaba la cara. Una docena de ojos lo miraban atónitos, entre ellos los de mi hermana, sumidos por un segundo en la estupidez de la incomprensión. Entonces reconoció el trapo que flameaba frente a ella, y al mismo tiempo que enrojecía como un tomate me vió atrás de Suárez, impotente, horrorizado. Sentí que la sangre se me evaporaba del cuerpo, una náusea me recorrió desde el fondo de la médula, y al mirarla, al darme cuenta que ella ya lo había entendido todo, mientras las desmesuradas carcajadas adolescentes explotaban a nuestro alrededor, supe que me había metido en problemas. -

viernes, 1 de enero de 2010

Canillas.

Don Pedro puso los dientes dentro del vaso sobre la mesa de luz y apagó la portátil. Estuvo escuchando tangos en la Spica hasta que sintió que el sueño estaba a punto de vencerlo. Apagó la radio y se desparramó sobre la cama. Entonces escuchó la gota cayendo.
Maldijo a la canilla que había quedado mal cerrada. Intentó ignorar el golpeteo cansino que se repetía indefinidamente, se dió media vuelta para reafirmar su determinación de dormirse.Con fastidio pudo verificar que el insignificante sonido crecía hasta convertirse en un martilleo que lo alejaba cada vez más del sueño. Resignado se incorporó, prendió la luz y se calzó las pantuflas. Caminó hasta el baño antes de darse cuenta que no había más ruido que el de sus pasos. Miró el duchero y la pileta. Caminó hasta la cocina para comprobar que las canillas estaban perfectamente cerradas. El silencio atronaba en medio de la noche. Masticó unas puteadas y volvió a la cama. Algunos segundos después de apoyar la cabeza en la almohada volvió a escuchar el inequívoco sonido de la gota golpeando contra una superficie dura. Esta vez la puteada sonó firme y redonda a todo lo ancho de su boca. Se puso boca abajo y apretó la almohada contra la cabeza pero el sonido, dotado de una malicia insospechada, serpenteaba impávido a través de su algodonoso obstáculo impactando finalmente contra sus oídos. Repitió los movimientos de unos minutos antes sólo para verificar, una vez recorrida la distancia que lo separaba del baño, que ya no había sonido, que todas las canillas estaban cerradas. Tanteó las canillas, se quedó mirándolas como esperando algo de su parte, como si las frías piezas de metal fueran a cobrar vida para brindarle una explicación satisfactoria. Resignado recorrió el camino de retorno al cuarto.
Esta vez sintió el ruido corto e inequívoco justo después de apoyar la cabeza en la almohada. Suspiró mirando la nada negra que se extendía frente a sus ojos. Le temblaban las manos, sentía la garganta seca. Abrió el cajón de la mesa de luz y sacó un blister de pastillas celestes. Mientras se metía una en la boca trató de pensar en algo que pusiera a la situación en coordenadas racionales, quiso aguzar el oído para definir en su cabeza la dirección, la distancia, el origen de su tortura. Lo único que podía determinarse es que el ruido venía más allá de la puerta del cuarto. Se levantó una vez más pero al llegar a la puerta el ruido se detuvo. "Me estoy volviendo loco", se dijo. Se dejó caer en la cama asumiendo el retorno del ruido como se asume que saldrá el sol en la mañana. "Tengo que pensar en algo, distraerme." Prendió la radio con la desesperación en la punta de los dedos, el ominoso golpeteo se filtraba irreversible entre los compases de las orquestas. Subió el volumen inútilmente. Se levantó y salió a cerrar el pase del agua. "Cómo no se me ocurrió antes". Recorrió su breve casa de jubilado esperando encontrar una fisura en el techo que le pusiera algo de lógica a la situación, pero no encontró nada. Al llegar nuevamente a la puerta del cuarto tuvo miedo de entrar. Se quedó parado en el umbral, cansado, sin sueño y con miedo. Flecos de sudor le corrían por los costados del torso. Fué hasta el sofá y prendió la tv como por inercia. En la pantalla apareció un encorbatado regordete con acento brasilero hablando del poder de cristo para asegurar riqueza. En los otros canales la gente apostaba a derrotar la soledad a través del telechat. Empezó a volverle el sueño. Pensó que estaba siendo irracional, necesitaba dormir, necesitaba acostarse en su cama.
Apoyó la cabeza en la almohada con avidez, se vió a si mismo en su mente cayendo en cámara lenta sobre las sábanas. Esta vez recibió el goteo con una sonrisa inmóvil y amarga. No quiso pensar en nada, no intentó levantarse, simplemene dejó que las gotas cayeran, se rompieran y se desparramaran. Sintió que el sonido crecía y se extendía rodeándolo, el golpe acompasado se cernía un instante, burlón, inclinándose hacia él, midiéndolo, creciendo en el silencio hasta golpear finalmente entre las rocas desgastadas de su pecho.
Lo encontró un vecino al otro día. Tenía una llave inglesa oprimida entre los dedos agarrotados de una mano, y a los pies de la cama las canillas de la casa reunidas, mudas, ya desangradas de sus últimas lágrimas.