miércoles, 5 de agosto de 2009

Seasons in the sun.

La voz de Kurt Cobain, melancólica, desgarrada, sobrecogedora, se adueña de la tarde de domingo sin encontrar resistencia. Se fija en las manchadas paredes del cuarto de pensión, rota, se eleva, escapa hasta mezclarse con el ladrido hastiado que llega de alguna parte.
Ella se fue hace una hora, o un día, o un año, da lo mismo. Da lo mismo porque lo que importa en realidad es este ahora, este yo sin ella desde ahora y para siempre; este ser que piensa, no en el futuro porque no existe, sino en ese pasado que tenía escrito su fracaso en la última carta. Lo que importa, y no sé si importa, es la ceremonia que involucra a un hombre abandonado, una tarde de domingo, la voz de Kurt Cobain, los ladridos, las paredes de la pensión. Sé que nada ha cambiado, el mundo sigue girando, la locura y el furor son los mismos, sólo yo cambié, yo, ahora imperceptiblemente más mezquino, desesperanzado y sangrando por una herida invisible e irreversible.
Si, Kurt, quién mejor que vos podría cantarle como se debe a una tarde de domingo en que ya nada importa.

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